

REFLEXIONES SOBRE J.R.R. TOLKIEN. UNA APOLOGÍA DE LA EVASIÓN
¿Por qué es necesario hacer una “apología de la evasión” y qué sentido tiene en el mundo actual, tan saturado de ocio compulsivo? ¿No hay ya bastante gente idiotizada y alienada del mundo real mirando pantallas todo el día, evadida con las drogas químicas o la droga electrónica de los videojuegos, consumiendo los productos de la industria del entretenimiento?
Pero es que hay evasión y evasión. Tolkien rebatía, en respuesta a cierta crítica, que quien se opone a la evasión es el carcelero. Ahora bien, Tolkien hablaba aquí de la evasión del prisionero que distinguía de un segundo tipo de evasión, que es la evasión del desertor. El que evade una obligación, una posición que debe mantener, un deber más alto.
Esta distinción es fundamental; porque se puede perfectamente ser un evasor en este segundo sentido, desertar de las posiciones que importan de verdad mientras nunca se evade de la verdadera prisión: la del conformismo, la pasividad y la aceptación de una realidad mediocre, envilecedora. Frente a una realidad de este tipo nuestro deber como seres humanos es precisamente la evasión. Nuestra naturaleza es ser libres y aspirar hacia lo alto, hacia aquello que nos ennoblece y da un significado superior a lo que hacemos; una de las vías para hacerlo, o al menos para despertar en nosotros el inicio de un camino, es la evasión en el sentido en el que Tolkien la entendía. Máxime cuando la realidad a nuestro alrededor es una constante apología de la mediocridad y lo espiritualmente inferior, una constante invitación a una cotidianidad que lentamente nos hunde en un lodazal sin elevarnos jamás.
Entonces vemos que, precisamente somos evasores de este deber superior que consiste en ennoblecer nuestra vida, en la medida en que no nos evadimos nunca de lo cotidiano y permanecemos anclados a lo prosaico. En este sentido y dándole la vuelta a la filosofía del carcelero, si así podemos llamarla, podemos decir que los peores evasores son los que nunca se evaden.
Esta diferencia esencial y la aparente paradoja que desciende de ella arrojan luz sobre la doble naturaleza de las posibilidades que se abren con la evasión: la disolución interna en lo inerte y pasivo, o viceversa la movilización interior en un rechazo fecundo de esa realidad que no se ha elegido pero nos toca vivir.
La mayor parte del público, especialmente el más joven, ha conocido el mundo de Tolkien no a través de la obra literaria sino del cine con la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, seguida por una segunda trilogía basada en El Hobbit. La primera de ellas es una producción más que digna; no puedo decir lo mismo de la segunda que sin duda es entretenida y espectacular, pero muy inferior como trasposición del mundo de Tolkien; podemos decir que consiste poco más que en darle unas vueltas más a la manivela de la máquina de hacer dinero. Menos gente ha visto la película de dibujos animados de 1978 que solamente cubre hasta la mitad del libro, bastante buena pero que, lamentablemente, se quedó manca porque nunca fue realizada la segunda parte.
Es una pregunta manida y ociosa si es “mejor” el libro o la película, en este caso o en cualquier otro. Son dos términos no conmensurables y lo único que se puede decir es que uno es bueno y la otra es mala o (más raramente) viceversa; de manera más interesante nos podemos preguntar si la película logra transmitir el espíritu del libro. En este sentido la trilogía de El Señor de los Anillos está bien conseguida; Peter Jackson no es un maestro del cine pero tiene buen oficio y logró un excelente resultado en la trilogía de El Señor de los Anillos por los grandes medios técnicos que tuvo a disposición, pero sobre todo porque se mantuvo fiel al texto de Tolkien
Es cierto que Tolkien es “incómodo” y poco digerible por varios motivos, como el usar un lenguaje que habla de diferencias raciales, hombres mayores y menores, grupos y razas que encarnan lo oscuro, la degeneración. Todo ello, sin hacer referencia a ningún grupo existente realmente y por tanto sin justificar a los ojos de la hedionda corrección política una censura efectiva, lo convierte en sospechoso; no sorprendería que los moralizadores de la cultura empezaran a poner sus sucias manos en la obra de Tolkien dentro de un tiempo, como ya lo están haciendo con los clásicos de la literatura.
Se podría pensar que la historia de Tolkien es básica, simple, que le falta complejidad; que nos está hablando de un mundo idealizado, polarizado en un combate entre el bien y el mal cuando la realidad de las cosas y de la Historia es algo muy diferente. Pero lo que desde un punto de vista es una crítica desde otro punto de vista, el decisivo, es una virtud; es precisamente lo que le da su atractivo principal y su fascinación para el público de ayer, de hoy y de mañana.
Tales acusaciones se reducen en esencia a decir que Tolkien no ha imaginado una especie de “historia alternativa” con todas las complejidades de las luchas políticas en el mundo real, pero realizada en salsa fantasy. Ahora bien, es que no fue este tipo de obra lo que Tolkien quiso escribir, sino lo que podemos llamar una fantasía mitológica. Que es algo muy distinto de una historia más “realista” de luchas de poder, traición, depravación y crueldades en un mundo inventado, añadiendo ingredientes mágicos y fantásticos.
El mundo de Tolkien en el que se encuadra El Señor de los Anillos tiene una profundidad propia. La narración es efectivamente bastante lineal; por tanto su innegable poder de sugestión y su atractivo no dependen de las revueltas o las complicaciones de la historia, sino de que toda la acción se encuadra en un mundo mitológico que está siempre presente, casi como un protagonista más. Un mundo que Tolkien quiso lo más completo y rico posible; incluyendo la historia previa de las Edades, una cosmogonía de carácter bastante poético que se narra en El Silmarillion y también, incluyendo las lenguas inventadas por el mismo Tolkien (recordemos que era filólogo). Incluso los nombres que no están puestos al tuntún sino que tienen un sentido en las lenguas inventadas por Tolkien; las mismas poesías presentes en sus obras sospecho que fueron escritas originalmente en esas lenguas élficas inventadas, escritas en inglés seguramente pierden algo y aún más en español.
La película captura bien parte de este sabor mitológico; pero para apreciar realmente el mundo de Tolkien es mejor leer el libro, aún mejor hacerlo en su versión inglesa original y todavía mejor, para los incondicionales, ocuparse un poco de los rudimentos de las lenguas élficas inventadas. En un pequeño ensayo nuestro autor calificaba de “vicio secreto” la invención de lenguas era, para él, evidentemente una pasión; sentía la “música del lenguaje” tan vívidamente, me parece adivinar, como los aficionados a la música sentimos la poesía de las notas.
Esta fascinación que ejercita la obra de Tolkien viene también, para nosotros, de que actualiza y reformula un contenido significativo: abunda en ecos del antiguo mundo europeo, sus tradiciones y mitos. Para nosotros es a la vez un mundo fuera del tiempo y un retorno a los orígenes. Un signo interesante a este propósito es la hostilidad general de la izquierda y la corrección política no sólo hacia Tolkien, sino hacia gran parte de la literatura y el cine fantástico; se consideran “aceptables” solamente aquellos productos que contienen el enésimo catequismo políticamente correcto en salsa futurista o vagamente tecnológica. Hasta el punto de que la mediocridad de la fantasía políticamente correcta es reminiscente del realismo plúmbeo de la ciencia ficción soviética en general. Sólo grandes autores como Stanislaw Lem (aunque era polaco escribió en la época del dominio soviético) han sido capaces de crear obras realmente interesantes, en esta atmósfera totalmente hostil a la literatura de evasión: en efecto donde era un axioma implícito que no había ninguna necesidad de evasión de la realidad que el socialismo había construido.
Precisamente aquí la acusación de ser literatura de “fuga” o “evasión” se retuerce contra los críticos, tanto los de ayer como los de hoy y especialmente loa apólogos del mundo de la decadencia: reconocen que algo en el mundo perfecto y progresista por ellos construido o proyectado no cuadra, no es capaz de satisfacer las necesidades humanas y genera una constante necesidad de evasión.
El valor de la literatura fantástica es escapar del encuadramiento mental, de cualquiera de ellos, tomar contacto con puntos de referencia “otros” y también con valores siempre válidos pero que son negados o vilipendiados; siempre que se trate de auténtica literatura de evasión, en su mejor sentido, tendremos este aspecto presente. Aquí la frase de Tolkien sobre evadir de una prisión adquiere todo su significado.
Volvamos a la cuestión del maniqueísmo, de la cesura neta entre el bien y el mal que en la obra de Tolkien es muy nítida: hay dos bandos claros aunque algunos personajes o grupos no tienen, por así decir, escrita en los genes su alineación con uno u otro bando. No los Orcos o los Elfos que tienen claro con quién están; pero los hombres pueden ser corrompidos y también los “más que hombres” como Saruman. Teóricamente se puede pasar también del mal al bien aunque en El Señor de los Anillos no hay personajes que recorran este camino, si bien podríamos mencionar a los hombres del Sur que, tras la derrota de Sauron con quien estaban aliados, aceptan la soberanía de Gondor; asimismo los hobbits de La Comarca, que habían colaborado con Saruman y establecido una tiranía, reciben su escarmiento pero regresan a las filas de su comunidad.
Todo lo anterior nos ilustra cómo, aunque la realidad es compleja y la Historia no es una lucha del bien contra el mal, este encuadramiento del “bien contra el mal” en realidad vale más de lo que parece a primera vista. En cada momento histórico hay una cuestión que polariza, que colapsa en dos bandos la multiplicidad de posibilidades y de opciones. Si puedo tomar un símil de la física, un campo eléctrico polariza los dipolos, los hace orientarse de una determinada manera, hace mover a los iones hacia un lado u otro dependiendo de su carga eléctrica. Lo que antes de aparecer ese campo era una anarquía de orientaciones individuales y caóticas, colapsa en una orientación forzada por el campo eléctrico.
De la misma manera, el conflicto de la época impone y fuerza una alineación: la vuelta de Sauron termina con todas las veleidades de neutralidad (pues no hacer nada también equivale, en realidad, a tomar parte en esa guerra) y la situación de amenaza sobre toda la Tierra Media se impone a todos, lo quieran o no; hasta los pastores de árboles, los Ents que ignoran olímpicamente todo lo que sucede fuera de su bosque, se ven forzados a tomar parte porque también su mundo se ve amenazado. Se debe estar de un lado o de otro.
Sin embargo la observación anterior no es suficiente y se queda coja, en el sentido de que no dejar claro un motivo para preferir el bien, no mostrar una asimetría entre los dos polos; evidentemente según su propia naturaleza habrá quien se vea abocado necesariamente a elegir el bien o el mal, pero no es la misma cosa que apoyar a un equipo de fútbol o a otro. Y aquí entra en juego la consideración del Mal como algo que no tiene una existencia real, independiente en sí mismo; del Mal como una privación o una negación que no tiene el mismo estatus ontológico del Bien, que no puede realmente crear ni fundar sino sólo negar y parasitar.
Esta idea está naturalmente presente en la cosmogonía de Tolkien cuando Melkor dominado por irresistible hybris introduce sus notas discordantes ya desde la gran música de los Ainur, a partir de ahí estropeando la belleza del mundo y no siendo capaz siquiera de crear los Orcos de otra manera que degenerando a los elfos. Esta idea está a la base de la concepción cristiana también, puesto que Lucifer no es un principio autónomo sino un ángel rebelde. Sin embargo la idea del Mal como privación, como Stéresis tampoco es exclusivamente cristiana sino más antigua, aunque no me extenderé sobre esto.
Esto lo podemos ver muy claramente hoy en día: podemos decir que la decadencia actual, la degeneración que vemos triunfante, es una negación de la vida. En este sentido la lucha contra ello no implica un camino necesario de vida, una cosmovisión rígida, un decir: esta manera de vivir es buena y esta otra mala; yo no sé cuál es la manera “correcta” de vivir pero sé dónde está la decadencia, veo que el Mal hoy es la construcción de un sistema consistente en la negación de la vida; aunque citarse a sí mismo no sea del mejor gusto, haré referencia a uno de los últimos capítulos de mi libro Azotes de nuestro tiempo donde escribo que la negación es una y las afirmaciones múltiples. La lucha contra la decadencia es la negación de una negación, pero sólo en matemáticas el producto de dos signos negativos es un signo más; en el álgebra del devenir por así decir, “menos por menos” no es un único signo “más” sino todo un abanico de maneras de afirmar la vida contra el pantano de la degeneración.
Ahora bien, asumido lo anterior ¿Qué poder de movilización o de sugestión activa, realizadora, si se me permite la expresión, puede tener hoy Tolkien con sus hobbits y su Ojo de Mordor y sus Espectros del Anillo? ¿Tiene que ver algo con el mundo como es en la actualidad?
Sí tiene que ver y todas esas cosas las podemos ver hoy mismo; naturalmente hay que querer verlas porque ante todo se trata de una obra de ficción mitológica y verlas o no depende de la subjetividad, aunque no tanto del capricho ni del arbitrio. Siendo una obra del género fantástico su primer mandamiento es ser entretenida y proporcionar el placer de la lectura, o de la visión en pantalla; no hablando del mundo actual sino de un mundo distinto que debe estar bien construido, lo bastante bien como para podernos sentir dentro de él y en un tiempo de naturaleza diversa cuando estamos allí.
Esto Tolkien lo consigue egregiamente en su obra maestra, creo que todos los que lo hayan leído estarán de acuerdo en esto. Pero además de ello está la capacidad de sugerir una imagen, de hacer saltar un muelle dentro de nosotros, de hacer que veamos ese “algo más” que será subjetivo pero no arbitrario del que hablábamos antes.
Eso es lo que hace la diferencia y es algo que pertenece al mejor género fantástico, tanto en literatura como en cine, y también al cine épico y heroico. Este tipo de obras siguen haciéndose incluso hoy porque, a pesar de que la época actual es anti-heroica hasta la médula, no se puede extirpar ni sofocar el interés que suscita en tantos de nosotros. Este cine nos toca una fibra, hace vibrar una cuerda que es mirada con hostilidad por parte de cierta mentalidad de lo pequeño, cierto gusano ideológico que odia lo heroico y lo épico.
El cine y la literatura de estos géneros son una especie de válvula de escape, cierto; pero ésta es sólo la superficie de las cosas porque son, también, la expresión de un fondo rebelde a una sociedad y un entorno perfectamente controlados, seguros, donde nada puede suceder y que sentimos como sofocante. Quien siente este deseo de evasión no se equivoca: quiere evadir de lo cotidiano precisamente porque esta evasión le da la fuerza, moviliza los resortes interiores para ser capaz de mantener las posiciones en la verdadera trinchera; sobre todo hoy que estamos ante un desafío y la batalla no es un capricho o una ocupación casi deportiva, como para los nobles medievales, sino una necesidad que exige las fuerzas de todos.
En efecto, la idea del desafío, de la situación de emergencia creada por un poder oscuro que avanza, éste es el centro de la epopeya del Anillo. Está en juego la supervivencia de la civilización como la entienden las razas nobles de la Tierra Media, contra la barbarie y un orden nuevo que no es humano ni digno del ser humano. Esta amenaza incluye la destrucción de la naturaleza cuyo símbolo es Saruman, que anticipa la ingeniería genética y abate los bosques, provocando la movilización de los pastores de árboles contra su reino tecnológico; la agresión de la cantidad bruta y lo inferior contra la calidad, operado por las hordas de orcos y otros seres degradados; los ejércitos de hombres desbandados o sin honor que acuden a la llamada del poder oscuro.
A este desafío han de hacer frente los hombres y los elfos; estos últimos como representantes de una espiritualidad que se está marchando ya de la Tierra Media y de cualquier manera no formará parte de su futuro, que pertenecerá a los hombres o al poder oscuro.
El libro de Tolkien, o las películas, tienen algunas imágenes poderosas. El Ojo de Mordor por ejemplo, es una de ellas, que yo mismo he tomado prestada como imagen de la sociedad tecnológica hiperconectada que todo lo ve, fuente de dependencia, control total y a la postre esclavitud; una esclavitud en la que han caído los Espectros del Anillo que es otra imagen que yo encuentro muy sugestiva. Los Espectros se dejaron hechizar por el poder de los nueve anillos pero precisamente esa ilusión los hizo caer en la esclavitud que ocultaban. Como veo el Ojo de Mordor hoy, en nuestra sociedad, también veo los Espectros del Anillo: todos esos necios tan entusiastas de la tecnología que no les importa depender totalmente de ella sin ver el lado oscuro que oculta, que se creen muy listos porque a cambio de comodidades totalmente secundarias y ridículas han vendido su privacidad, se han metido espías electrónicos en su casa y no les importa que les controlen. Incluso he dado a un nombre a esta actitud, el Principio del Papanatas: como no hago nada malo no me importa que me controlen.
Como vemos, si uno quiere Tolkien nos está hablando también del mundo de hoy. Pero más aún son poderosas las imágenes de los hobbits; seres aparentemente insignificantes y casi grotescos, pero que revelan una fuerza insospechada y cuyo papel es esencial en el destino del mundo. La apariencia no revela toda la realidad.
La imagen del Anillo sin embargo es la que domina, es el gran personaje cuyo destino está ligado al destino del mismo Poder Oscuro. La historia del anillo nos dice que las grandes cosas pueden depender de eventos microscópicos; casi como en una formulación fantástica de la teoría del caos. Hay una gran guerra, combatida por masas de hombres y elfos y monstruos, pero la ruina final de Sauron no viene de ser derrotado en una gran batalla sino por su propia locura: por haber puesto, en su afán de lograr el dominio, tanto de sí mismo en el Anillo del poder que ese Anillo se ha convertido en una debilidad oculta.
El Mal oculta una debilidad que ha creado él mismo con su hybris pero ese objeto simbólico no puede manejarlo cualquiera, porque contiene la esencia del Mal; sólo los seres mayormente inmunes a él pueden hacerlo y utilizar contra Sauron su propia locura.
¿Dónde está la debilidad del Mal que quiere destruir nuestra civilización europea? ¿En qué Anillo ha puesto tanto de su poder que, destruyéndolo, la Torre Oscura colapsará como un castillo de naipes haciendo que sus hordas de orcos y hombres indignos huyan despavoridos?
La idea de un desafío hoy en día está en el aire, y es la amenaza a toda nuestra civilización europea. Algo que Tolkien no podía ver en ese momento pero que de alguna manera intuía; no tanto en la manera de una invasión demográfica de brutos como una lectura superficial podría pretender; éste era un problema inexistente en la época, incluso inimaginable. Creo que Tolkien tenía en mente, o en su intuición, una debacle espiritual, una amenaza de bárbaros, hordas de orcos y trolls en el dominio del espíritu. De hecho tengo la sospecha maligna de que cuando contemplaba ciertas cosas o escuchaba ciertos discursos, Tolkien realmente veía a los orcos y a los trolls.
Hoy todo eso es mucho más concreto, la situación de emergencia para Europa, es apremiante y un desafío que exige respuesta. No es que Tolkien quisiera transmitir ese mensaje: él escribió “simplemente” una gran obra de literatura; pero es grande porque además del entretenimiento que nos da, toca una serie se cuerdas en nosotros, entra en resonancia con algo más grande. Pero esas resonancias a mí me dicen, por ejemplo, que también que la fuerza del espíritu es necesaria; no sólo la fuerza humana, material o económica, sino algo más impalpable que diré de naturaleza élfica aunque vivamos en un mundo que va abandonando la espiritualidad. O quizá es la espiritualidad que se va retirando del mundo, según una imagen utilizada por varios escritores tradicionalistas como Evola y Guénon; en cualquier caso es necesaria la colaboración de esas fuerzas espirituales, porque no se trata solamente de un combate en el reino de la materia, ni siquiera en el de la conciencia, la cultura o la ideología, sino de algo más profundo.
Volviendo a la imagen central del Anillo, ésta nos sugiere también que el Mal como se despliega hoy en día (desde mi perspectiva en el mundo de la decadencia y la degeneración social, el globalismo destructor de las identidades, reductor del mundo a un único mercado y de los territorios a coordenadas en un mapa) lleva en sí mismo su propia vulnerabilidad. El Anillo del poder que es al mismo tiempo su fuerza y también su debilidad, no puede ser sino algo relativo a la naturaleza humana que ese Mal intenta domesticar, utilizando sus vicios, pasiones y tendencias en función de su poder. Es muy posible que en esa misma naturaleza humana esté su talón de Aquiles: en que no somos máquinas y al mismo tiempo que debilidades, tenemos fuentes y reservas de libertad interior, ocultas o sepultadas. No se puede utilizar lo que está dentro del ser humano para controlarlo sin, al mismo tiempo, correr el riesgo de que el ser humano se revuelva contra su dominio.
Estas son naturalmente sólo algunas cosas que a mí me sugiere y comunica la obra de Tolkien; a cada uno según su sensibilidad le comunicará cosas diferentes y ésta es la esencia del símbolo. La inmensa popularidad de Tolkien, que ha superado la prueba del tiempo, nos indica cómo su aparentemente trivial historia épica ha tocado algo en muchas personas, ha logrado filtrarse por así decir en profundidad y en ambientes muy diversos.
En efecto, Tolkien ha sido venerado a su tiempo tanto por la “contracultura” americana de los sesenta y setenta, germen de la mediocridad políticamente correcta (pero que en sí misma era algo muy diferente), como por los ambientes de derecha patriota europea y neofascistas. En mi opinión con más motivo y más entendimiento por los segundos: los alternativos americanos reaccionaban contra una realidad sofocante o que ellos sentían tal y en este sentido era una evasión “auténtica” pero quedaba limitada en su alcance, porque lo hacían más en el sentido de “evasión de algo” siendo básicamente rebeldes sin causa; en cambio los identitarios lo entienden como una sugestión movilizadora, como una “evasión para algo” siendo, al contrario de los anteriores, rebeldes con una causa. Este matiz es importante porque se hace eco directamente de las dos categorías de libertad de las que Nietzsche hablaba, la “libertad de algo” y la “libertad para algo” (Zarathustra).
Como conclusión pues de estas consideraciones sobre la obra de Tolkien, me gustaría terminar con una invitación a reivindicar la “evasión del prisionero” pero no sólo como “evasión de” algo pero sobre todo “para” algo es decir en nombre de valores que no son de hoy ni de ayer sino de siempre, contra la degeneración y la enfermedad que un nuevo poder Oscuro está trayendo a la humanidad.
MAX ROMANO