La orientación espiritual del Proyecto Caetra

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Comunidad unida

Tradiciones vivas

Caetra nace como idea comunitaria y, como en cualquier proyecto, se plantea inmediatamente la cuestión de los valores fundacionales, que conforman la identidad específica de Caetra. Identidad como forma interior colectiva, que debe entrar en resonancia con la forma interior individual de cada uno de nosotros, si la militancia ha de ser creativa y fecunda, generatriz de nueva vida.

Esta identidad se expresa al menos en dos ejes. El primero podemos llamarlo de afirmación y negación: qué somos y qué no somos, en nombre de qué cosas luchamos y contra qué luchamos y. El segundo eje es de profundidad y alcance: el ámbito en que se encuadran nuestros valores y nuestra acción sobre la realidad; si queremos trabajar en la materia o en el espíritu, si miramos al pasado y a qué pasado en concreto, si nos proyectamos en el futuro y de qué manera.

Caetra es un proyecto de comunidad, idealmente de vida en común, por tanto la dimensión principal y el centro de gravedad están en la práctica de vida, en los proyectos concretos, tangibles, siguiendo la línea trazada por unos valores comunes, una concepción compartida del mundo y de la vida. No somos un cenáculo dedicado a la especulación o al espiritualismo, ni una asociación histórico-cultural, política, religiosa o menos aún económica, tampoco somos una agrupación lúdica ni un grupo de autodefensa.

Algunos o todos de estos aspectos pueden tener un papel, incluso imponerse como necesidad en un determinado momento, pero la dimensión central es la práctica de vida, el sentimiento de comunidad de los miembros, la existencia de la misma comunidad y su continuidad a través del tiempo en un mundo corrosivo de antivalores, fomentados por un poder hostil a nuestro sentir de españoles y europeos.

Para trabajar en el proyecto que nos hemos propuesto es fundamental en primer lugar la profundidad temporal, mirar no sólo al gris y degenerado presente sino al futuro que podemos construir y a ese pasado que conforma nuestra herencia, como está plasmado en el manifiesto de Caetra donde se habla de “sabiduría y heroicidad desde Grecia, Celtiberia, Roma y la cristiandad medieval”. Esta profundidad temporal nos proporciona unas raíces, imprescindibles para ser y persistir frente a la corriente de la modernidad, esa corriente que pretende privarnos de nuestro pasado para arrastrarnos como hojas al viento.

Pero no es suficiente lo anterior, puesto que además de la relación con el pasado es necesaria una dimensión espiritual en lo que hacemos, dotar a nuestra acción comunitaria de un horizonte espiritual para que nuestra perspectiva no quede limitada al mundo material, tangible, inmediato; de otra manera el proyecto quedaría cojo, en el aire e incapaz de hacer frente al mundo contemporáneo, que precisamente niega toda profundidad espiritual en nombre de lo inmediato, lo material y lo práctico.

Esta necesidad de incluir la dimensión espiritual nos lleva al primer eje de valores, la afirmación y la negación. Sabemos lo que no queremos: no queremos este mundo que afirma compulsivamente la negación del espíritu, dominado por la obsesión maníaca de mutilar al hombre en sus posibilidades superiores, por el empeño de deconstruir y desacralizar, de negar la cualidad y la diferencia en nombre de la cantidad y la bestial igualdad, doblegar la cerviz del ser humano para que mire sólo al fango y no a las estrellas. En definitiva, negar la vida en nombre de lo que podemos describir como una muerte dinamizada, eficiente y proactiva por usar la jerga del sistema.

Pero limitarse a la negación no es suficiente pues esto, nuevamente, nos deja cojos y suspendidos en el aire; quien sólo lucha contra algo, por muy enérgicamente que lo rechace, sigue siendo dependiente de aquello que niega. Es necesario afirmar un contenido positivo.

Nuestra negación del materialismo y el vacío espiritual debe consistir en una afirmación. ¿De qué manera, sin embargo, se ha de hacer esa afirmación?

No basta rechazar la no-vida. Sólo en matemáticas el producto de dos signos “menos” da un signo “más” unívoco y definido. En la vida y en el espíritu la negación es una, pero la afirmación es múltiple. Estas vías que los hombres y las comunidades han practicado y buscado a lo largo de toda la historia, caminos del espíritu que conforman las tradiciones espirituales de la humanidad.

Naturalmente no todos los caminos son equivalentes, ni llevan a la misma elevación de vida; algunos o muchos de ellos llevan a abismos, a desiertos, a pantanos fétidos e insalubres. Pero profundizar en estas consideraciones es algo que cae fuera de nuestro objetivo; aquí nos interesa cuáles de estos caminos pueden ser aceptables, válidos en el proyecto Caetra, que en nuestra intención se reconoce en los valores y concepción del mundo propios de Europa; nuevamente en referencia al Manifiesto de fundación, nosotros llevamos una “mochila de valores de los antiguos pueblos europeos”.

Caetra no es una comunidad religiosa en el sentido de que afirme y practique una vía espiritual, que ello sea su principal razón de existir y su columna vertebral; pero tiene y debe tener una dimensión religiosa en el sentido originario, etimológico de la palabra religio, que es el de un nexo de unión, un vínculo de lo visible con lo invisible, de lo cotidiano con la realidad espiritual.

Llegados a este punto, hay que constatar que existen en la esencia de Europa dos elementos sin los cuales no se puede concebir ni entender qué es la identidad europea, tanto en el pasado como en su presente y su futuro. Tener claro lo que somos es una premisa indispensable para poder defender esta identidad que hoy, como todos sabemos, corre un peligro mortal que viene desde dos direcciones: por un lado la destrucción cultural e ideológica portada por centros hostiles de poder con un nivel espiritual inferior (globalismo, religión del dinero), por otro lado la colonización y sustitución étnica por parte de pueblos con un nivel de civilización inferior inasimilables y hostiles a nuestra civilización.

Estos dos elementos corresponden a dos “almas” de Europa, que podemos llamar “alma cristiana” y “alma pagana” aunque este último término no sea del todo satisfactorio y deba ser usado con reservas: las religiones paganas como tales desaparecieron y el mismo término fue introducido por los pensadores cristianos con intención polémica. Estos dos elementos o “almas” tienen pleno derecho de ciudadanía en la identidad europea, aunque en cada persona concreta puedan estar presentes en mayor o menor medida. Las dos almas de Europa son una realidad de la que no se puede prescindir.

Es casi superfluo hablar de la importancia del cristianismo en la identidad de Europa. Nacido en Oriente, en el seno del judaísmo, conquistó espiritualmente el Imperio Romano y en la Alta Edad Media el resto de Europa, sustituyéndose al paganismo antiguo y ocupando el espacio sacro, en el territorio y en el calendario, al mismo tiempo absorbiendo lo que consideraba útil del pensamiento precristiano. Desde el fin del antiguo mundo pagano, el genio de Europa ha transformado el cristianismo expresándose a través de la arquitectura, las artes, el pensamiento. Durante los siglos de la expansión europea, la religión cristiana fue su marca de identidad frente al resto el mundo.

Por otra parte, el cristianismo nunca ha podido suprimir completamente el paganismo en Europa. La conversión de Europa al cristianismo recurrió principalmente a la predicación, pero también tuvo que ser impuesto con la violencia cuando se encontró con fuertes resistencias (masacre de los sajones por Carlomagno, cruzadas contra pueblos bálticos y eslavos paganos). Durante toda la Edad Media, incluso en el período de mayor unidad en la ecúmene cristiana, la Iglesia llevó a cabo una lucha sorda y constante contra prácticas y creencias supervivientes del paganismo, a las cuales muchas poblaciones europeas se aferraban tenazmente, sobre todo en áreas remotas.

En todos aquellos siglos en que la cultura oficial ha sido totalmente cristiana, la represión del “alma” pagana fue una preocupación constante de las autoridades religiosas; la historia espiritual de Europa revela una fortísima corriente subterránea de contenidos no cristianos, que ha aflorado aquí y allá en una multitud de herejías, sectas y corrientes de pensamiento. Esta supervivencia de contenidos precristianos se ha transmitido de manera oculta, a través de formas culturales marginales, sin expresarse abiertamente para permanecer bajo el radar de la cultura oficial. Por ejemplo los cuentos populares, muchos de los cuales transmiten temas claramente precristianos; el florecimiento alrededor del siglo XII de los ciclos de leyendas del Santo Grial y del Rey Arturo, ciertamente cristianos pero solamente en la superficie y que tienen algo más detrás. La misma música popular europea, malamente tolerada por la autoridad eclesiástica, que junto a la música oficial del culto (el canto gregoriano) dio origen a la música clásica europea, fenómeno único y expresión suprema del alma de Europa; esta música, según las ideas del filósofo italiano Giorgio Locchi, incorpora en su misma esencia, incluso cuando se trata de música sacra, ese “otro” sentimiento del mundo que viene de las corrientes subterráneas de paganismo dentro de Europa.

El dios que entra en resonancia dentro de nosotros cuando escuchamos la gran música sacra, el dios que se evoca en una catedral gótica cuando suena una pieza de órgano de Bach, es un dios europeo, es el Dios Padre originario indoeuropeo. Ciertamente no el dios de las guitarritas en la iglesia, la corrección política y las fronteras abiertas y la inclusión; menos aún ese dios calvinista al que adora la élite globalista, que no es sino ese mal disimulado dios dinero que, poco menos, identifica la salvación con la riqueza; es el antiguo becerro de oro enemigo del hombre, pero globalizado y en alta tecnología.

Dicho todo lo anterior y reconociendo la legitimidad de ambas orientaciones espirituales como expresiones identitarias de una tradición europea, caben dos actitudes. La primera es considerar la propia orientación (cristiana o pagana) como la única aceptable y verdadera, por tanto excluyendo la otra. Esto es perfectamente legítimo y lleva a un modelo de comunidad confesional, con una orientación espiritual concreta y naturalmente excluyente la otra.

La segunda actitud, la que se propone para el proyecto Caetra, es la aceptación de ambas maneras de concebir la espiritualidad. No se trata de un sincretismo ni del “todo vale” tan de moda en esta sociedad débil de pensamiento líquido, sino de algo distinto: se trata de “poner entre paréntesis” aquello que nos puede separar en nombre de lo que nos une. Usando una imagen de la química, en un enlace químico covalente hay orbitales moleculares llamados enlazantes que tienden a unir la molécula y otros llamados antienlazantes que tienden a separarla. Ambos están presentes, pero la molécula puede existir y es estable cuando los primeros tienen más fuerza que los segundos. Exactamente lo mismo sucede en una comunidad militante, lo que une debe ser más fuerte que aquello que separa.

No se trata de asumir un relativismo en las propias convicciones: la actitud de cada uno, íntimamente, conserva toda su libertad y puede oscilar entre los dos polos opuestos de considerar que el otro está en “error” o, en cambio, que son caminos inconmensurables entre sí y uno no es más “verdadero” que el otro. Cualquiera que sea la propia posición, lo que se propone no es un relativismo en las propias convicciones, sino solamente un relativismo práctico que permita la coexistencia en nombre de un ideal común de elevación de vida y orientación hacia lo alto. Este es el orbital mental enlazante cuya fuerza ha de ser superior a la del orbital mental antienlazante constituido por el exclusivismo religioso, posición esta última que cada uno puede mantener, siempre y cuando no le resulte inaceptable la comunidad con otros camaradas que sigan la orientación opuesta.

Por tanto lo que se propone es la coexistencia de ambas formas de concebir lo que es nuestra tradición en la comunidad Caetra, si llega el caso también en las formas del culto exterior. La actitud interior es cosa de cada uno, también pudiéndose pensar que otros están en “error” pero sin que ello impida la convivencia y el trabajo en común, sin ningún intento de establecer una ortodoxia ni un exclusivismo, siempre y cuando, obviamente, se trate de modos de ver el mundo y la vida que pertenezcan a la identidad europea.

Es en este espíritu que se propone encuadrar la dimensión espiritual de la comunidad Caetra.