RURALIDAD

Cuando ponemos encima del tapete la ruralidad, nos referimos a un estilo de vida único e inconfundible. Alejados del mundanal ruido citadino y a salvo de los pecados que en él se esconden, la ruralidad ofrece unos espacios de confort y libertad inalterables, al menos en parte, con el devenir de los años. Podemos comparar las formas de convivencia en la ruralidad hace dos siglos y vemos que aún hoy en día, salvando las diferencias que genera el avance científico-técnico, encontramos muchas similitudes con el pasado. Tanto en el campo familiar, como en el convivencial, laboral o económico, los métodos de actuación son totalmente divergentes a los encontrados allí donde hay gran aglomeración de personas, sin menospreciar la cantidad de tradiciones que aún siguen vigentes entre sus gentes.

El mundo rural es un firme defensor de las tradiciones, folklore e identidad. La comunidad rural trabaja generalmente en la conservación y mantenimiento de rincones etnológicos a través de sus ferias patrimoniales. Sin duda, la sociedad rural está manteniendo un legado histórico, que sin su trabajo desinteresado, ya se habría perdido. Debido a la distancia entre los asentamientos, la cadena activa de producción sigue permitiendo el uso del trueque que favorece y prioriza la producción doméstica de bienes y comestibles. Mientras en las grandes urbes se tratan asuntos de extrema preocupación como la desigualdad, corrupción, delincuencia… en las zonas rurales estos problemas son apenas intrascendentes. Al disponer de menos tecnologías, se tiende más al apego entre las gentes, solidaridad de forma natural y el respeto a las tradiciones y a los mayores, valores totalmente desusados en las grandes ciudades.